
En la portada del número anterior de este boletín destacábamos los dos conciertos que ofrecería el pasado Diciembre el cantautor Carlos Chaouen en el escenario de Libertad Ocho. Yo asistí al primero de ellos, celebrado el miércoles 17 de Diciembre. Puedo haber visto más de cincuenta conciertos de Chaouen en esta santa sala, e inevitablemente me transporté a principios de siglo, cuando me hice fan de este amigo introvertido al que debo intensas emociones, a las que hay que sumar las vividas en este primer concierto de dos. Antes de comenzar el evento, pude ver que en la sala repleta destacaban las presencias de artistas como Tontxu, Fernando Polaino, Luis y Pedro Pastor, Rash, Suso Sudón y Lucas Pez Mago, que , como yo, se acercaron a disfrutar del oficio de este poeta funambulista. Sobre el escenario una guitarra acústica y otra española, arsenal suficiente para que este cantautor roquero nos volara la cabeza. Aunque es un guitarrista de primera, y a pesar de que canta con cierta desgana, sus letras son el botín que nos llevamos de esta guerra en la que combatimos junto a él: la de las contradicciones humanas. No en vano el colega es doctor en psicología.
“Menos mal que tengo la luna prisionera dentro de mi corazón”, dice el estribillo de Seré, la canción con la que abrió el recital, a la que siguió Días azules, en la que “los ángeles anuncian que están cumpliendo condena”. Parece que ya hay bastantes prisioneros en esta guerra que está librando, en la que victorias y derrotas se convierten en canciones como Animales (“Quién viene luego buscarte por las tardes, dime, quién viene: animales”), Días azules (“quién pudiera ser canción a pleno viento”), Objetos perdidos (“Somos objetos transitivos buscando peligrosamente ser mordidos”), Corazón (“A veces tengo la cabeza como inerte, a veces tengo la certeza de quererte”), y Cartón en la hierba, con la que cerró esta primera ráfaga de canciones antes de llamar a escena a su primer invitado de la noche, que, para mi sorpresa, fui yo mismo, Andrés Sudón. No sé si es coincidencia, pero tras mi actuación cantó El loco de la noche (“El loco de la noche blande su espada, el único testigo es mi tiempo sin ti, como una droga cortada”). Ya con la guitarra española, siguió con La vida tiene estas cosas (“Y sale el sol y ensucia la escalera, tengo en la tráquea toda tu matriz, suelen decir la vida tiene estas cosas”), a la que siguieron tres clásicos de su repertorio, como tres disparos certeros: Vente, Pintando en el cielo (“Me paso la vida buscando un enigma, pintando en el cielo”) y Flores secas (“He derruido el castillo de arena y con el fango me he hecho una muralla en la piel”).
A continuación llamó a escena al segundo invitado de la noche, Lucas (Pez Mago), tras cuya actuación comenzó la recta final de este concierto, en el que hasta este momento no habló mucho, aunque siempre diga tanto en sus canciones. En esta última tanda de misiles lanzó El tiempo (“Y las arrugas de tu piel, amor, son señal de que hasta el tiempo se queda contigo”), Amapola (“Tengo la cabeza con tantos grillos que cuando quiera puedo echar a volar”), y dos del nuevo disco: Quiero vivir y Bienvenida, soledad; para terminar con Medio ambiente (“Hablando de ambiente, ¿dónde está el que vende? (…) y hablando de medio, ¿dónde está el otro medio?”).
Llegó el momento de de los bises, cuando un evidentemente excitado Carlos chaouen soltó, en un concentrado discurso, todo lo que se había callado entre canción y canción. El grueso del concierto ya había pasado y quedaba despedirse con ciertas bombas que todos los fans agradecimos, tres deliciosas canciones de su primer disco, Tu ombligo (“No te vayas de mis manos aunque te mueras de frío”), Bosque lejano (“Hoy quiero hacer canciones que no digan nada, quiero hacer poesía sin palabras”) y Me he pintao (“He cosido con palabras los hachazos que fui dando, si te vas, déjame atado”); y una que está grabada en dos discos consecutivos, Semilla en la tierra, probablemente su canción más impactante, cuya letra es perfecta para dar por concluida esta humilde crónica repleta de las bélicas metáforas: “Y yo aquí sigo en mi trinchera, corazón / tirando piedras, contra la última frontera / La que separa el mar del cielo / del color de tus maneras / la que me lleva a la guerra, a ser semilla en la tierra”.
Sólo quiero añadir, como curiosidad, que el post concierto fue largo y tendido, gracias al espíritu que Libertad Ocho nunca ha perdido. Allí estuvimos cantando mil canciones y envenenándonos algunos viejos soldados como Quique González, César Pop, Marta Plumilla, Jorge Marazu… Quiero agradecer a Julián, y al personal en general, que nos consientan estos momentos, sin los cuales la guerra no sería lo mismo.